
Un miércoles como cualquier otro asistió a la misa de la mañana y al salir se encontró con sus captores encapuchados. Lo golpearon y llevaron en el baúl de un auto, despojado de su ropa, a dos horas de México DF: su lugar de cautiverio por los próximos 257 días.
Sin contacto con el mundo exterior, Bosco Guitierrez Cortina fue echado a un cuarto que medía 3 mts x 1 mts y sus secuestradores no osaban dirigirle la palabra. Más bien, para comunicarse con él, le escribían notas que le mostraban a través de una ventanita de su puerta.
Pero la depresión más grande no se hizo notar hasta que le cuestionaron a cerca de información privada de sus seres queridos. Nada pudo inquietarlo más, pero con el paso de las semanas no tuvo más remedio que ceder, ya que esa era la manera de que ellos tuviesen contacto con sus familiares y empezaran a lidiar con la negociación.
En ese pozo de angustia, este católico practicante se encontró ante su primer y genuino dilema existencial: creer o no creer en Dios. Para tomar esta decisión supuso que lo más acertado sería vivir unos días de ateísmo radical… de manera que se le avecinaron momentos sin sentido, irracionalidad e incomprensión.

Optó entonces por creer, pero entonces eso también le significaba una gran renuncia: despojarse del miedo. “Claro, si creo en un Dios, una verdadera fe no admite el desconcierto ni dudas ya que sabes que todo lo que te sucede es parte de un plan divino. Y por ese camino decidí andar”, cuenta Bosco.
Dificil pero acertada decisión, ya no podía perder energías cuestionando su situación, más bien debía enfocarse en hacer un pacto tácito con todos sus seres queridos. Supo que ellos estaban trabajando por su rescate, por lo cual a él solo le competía velar por su salud, estar bien y mantenerse entero.

Paralelamente, en casa, ninguno de sus siete hijos estaba al tanto de su estado ya que su mujer se había negado a transmitir tan malas noticias. Fue así como inventó que “papá está trabajando en un país lejano” y a la par de un proceso doloroso, debió montar un escenario muy inconsistente y difícil de sostenter.
A los nueve meses de captura y luego de más de un intento fallido de rescate, gracias a una herramienta improvisada que él mismo confeccionó pudo abrir su puerta, sabiendo que el secuestrador de turno estaba en la ducha y contaba con solo 5 minutos para hacer la prueba.
Pensó que solo abriría la puerta y estudiaría el panorama para ver cómo escapar en otra ocasión pero, al notar que había una ventana abierta en una habitación donde otro captor dormía, decidió salir por ahí sin muchas más dudas. Horas después, estaba abrazando a su familia nuevamente…
Hoy Bosco asegura que la paz que logró en su estrecha conexión con Dios durante esos 257 días, no la vivió después jamás, como si ese estado se la haya sido regalado de manera que él pudiera sobrellevar su cautiverio. Sucedió que, al volver a enroscarse en el stress de la vida cotidiana, el bienestar espiritual se esfumó.
En esos momentos su mujer le hizo notar que aún estando en las peores condiciones el llegó a sentirse libre y en paz, pero ¿qué nos sucede en la vida diara que nos olvidamos de lo esencial?
Si bien esto ya sucedió hace más de 20 años, la experiencia no terminó de tomar sentido hasta que él no se dedicó a transmitir todo lo sucedido en conferencias alrededor del mundo. Realmente es increíble verlo reflexionar y contar las autenticas reacciones que uno tiene ante las situaciones extremas que se nos pueden presentar… Y al contar estas verdades, él logra mantener sus pies en la tierra.
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