
“Minga. Es una palabra quechua que significa colaborar en una actividad colectiva para alguna comunidad. Siempre son gratuitas y por lo general están relacionadas a la construcción”, así comienza a contar Andrea Carolina Sosa, o Mumi (como le dice su gente), acerca de su viaje al medio del monte santiagueño.
Junto con seis amigos, todos bioconstructores, partieron en combi a la Escuela Nº 399 a edificar lo que esta comunidad les pidiera: “Cuando llegamos, nos dicen que había una capilla dentro de la escuela que necesitaba terminarse, ya que solo tenía algunos cimientos instalados. Nosotros, todos ateos, lo tomamos como un gran desafío”, dice Mumi entre risas.
Su estadía fue de quince días, en los cuales los fines de semana dictaron talleres y, en el resto de las jornadas, aplicaban las técnicas de bioconstrucción que enseñaban. El trabajo colectivo incluía a todos quienes quisieran involucrarse y de manera espontánea se fue germinando una cadena de aprendizajes. “Fue todo muy bonito, cada uno aportaba en la obra lo que podía”, cuenta.
“Hicimos ladrillos de quincha, fabricados de manera artesanal con paja, arena, arcilla y adobe. También usamos eco-ladrillos, formados con residuos de plástico y cimientos de botellas rellenas con ripio”, detalla Mumi. Con la excepción de algunos martillos y pinzas, todas las herramientas y materiales que utilizaban lo sacaban del entorno que los rodeaba.
Josefa Luna, o Pepa, maestra de la Escuela Nº 399, destacó admirada la prioridad que le daban los jóvenes constructores al respeto de su tierra y del monte en el cual viven, a la hora de trabajar.
Así aprovecharon estos días para compartirle a la comunidad santiagueña algunos aspectos de la construcción, fundamentales para que pongan en práctica en sus propias casas; como pueden ser los revoques, que no acostumbran a terminarlos en general.
Advertirles acerca de la necesidad de aplicar tres o cuatro capas fue algo clave. “Con un primer revoque grueso, un segundo semi grueso y uno tercero fino lográs impermeabilidad y evitás que invadan insectos. De lo contrario, cualquier bicho que encuentre tierra, humedad y calorcito se va a meter” señala Andrea. “Con esta cobertura lográs evitarlo, importantísimo dado el caso que en Santiago del Estero llueve mucho”.
De la misma forma, cuando entierran los postes para hacer cimientos, al no aislar previamente la madera con un barniz, las estructuras no duran en pie mucho más que cuatro años. En base a esto Mumi explica que, al tomar estas precauciones, se les otorga una utilidad mayor a diez años, agregando los debidos trabajos de mantemiento también.
La experiencia en general fue excelente, ya que todos quienes dictaban los talleres entendieron que esta capilla funciona como centro social y punto de reunión para el barrio. De esta forma, un lugar tan relevante para todos quedó impecable y logra ser un ejemplo vivo de que podemos construir juntos, pasándola bien, con muy bajo costo ¡y sin contaminar!
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