Desde que en 1957 la Unión Soviética puso en órbita el primer satélite artificial Sputnik, también el espacio se ha convertido en un vertedero de basura. ¿A cielo abierto? Literalmente.

Cualquier objeto artificial sin utilidad que orbita la Tierra es considerado basura espacial. Baterías de satélites explotadas, partes de cohetes y naves que han quedado orbitando alrededor de la Tierra, incluso un guante que perdió Edward White en 1965 quedó orbitando a 28.000 km/h durante un mes.
Se calcula que hay 50.000 objetos de procedencia humana, cerca de 100 toneladas de basura flotando en el espacio.
Estos residuos son muy peligrosos no tanto por su toxicidad, como los residuos peligrosos que lamentablemente encontramos acá abajo en la Tierra, sino porque se concentran a menos de 2.000 km del suelo y el riesgo de colisión es muy alto ya que viajan a velocidades de 30, 50 ó 80.000 km/h. Misiones de investigación espaciales se ven amenazadas por este fenómeno. Aún más, después de cada colisión se producen más escombros, así aumentan los riesgos de nuevas colisiones, se generan más escombros y un círculo vicioso, tipo efecto dominó: colisión – escombro, proceso que se conoce como Síndrome de Kessler.
Estemos atentos a este síndrome porque si analizamos un poco, no es muy distinto al círculo vicioso en el que nos vemos envueltos cuando por ejemplo, vemos que hay un lugar sucio y nos decimos, no importa, yo tiro esto acá, total ya está sucio. Así es como hoy por hoy, nos encontramos con sitios cada vez más contaminados por entender que eso que tiramos no repercute porque “un papelito más no cambia en nada”. Es probable que ese papelito no cambie la contaminación estructural en la que vivimos, pero es importante que empecemos a tomar conciencia de que hay lugares que parecen jurisdicción de nadie, como el espacio lejano, pero que, en realidad, el mundo entero es jurisdicción de todos.

Un detalle, ojo, todo vuelve: los residuos espaciales caen a la Tierra.
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